Paseamos por Vigo en la apacible tarde del sábado 23 de septiembre. Y así llegamos a la conocida Puerta del Sol, centro neurálgico de la ciudad. Aquí no hay ninguna puerta, pero conserva el nombre porque era una de las siete entradas a la antigua villa amurallada.
En esta Puerta del Sol, te puedes encontrar con grupos de ideólogos políticos, ecologistas, propagandistas religiosos y demás muestras de fauna humana. Pero lo que destaca principalmente es la escultura del "Sireno" que se ha convertido en auténtico icono de esta ciudad.
De siempre hemos conocido las figuras mitológicas de las sirenas. Aquellas doncellas marinas que engañan a los navegantes con su bellísimo aspecto y con la dulzura de su canto y que cantaba Homero en la Odisea tentando a Ulises, cuando el barco se aproximaba a la isla de las sirenas, y estas comenzaron a cantar “vamos, famoso Ulises, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz".
Pues bien, en Vigo trocamos la figura de sirena por el sireno, mitad hombre y mitad pez. La escultura, obra del artista gallego Francisco Leiro, impresiona por su factura y por el elevadísimo pedestal con columnas de granito pulido de 12 metros de altura sobre el que se sitúa la estatua. Cuando se instaló en 1991, la ciudad estaba dividida entre aquellos que apreciaban la modernidad del estilo de Leiro y su guiño a la historia de Vigo, siempre tan ligada al mar, y aquellos otros que la calificaban de “engendro” o “adefesio”. Hoy es unánimemente aceptada.
El "Sireno" es un componente inseparable del Vigo actual. Es punto de encuentro de los vigueses, que suelen citarse allí: "Nos vemos en el sireno"