Me cuentan que hubo un obispo en Tanzania llamado
Christopher Mwoleka (1927-2002), a quien se podía ver a la caída de la tarde
regresar del trabajo, junto al resto de campesinos con la azada al hombro y los
pies descalzos. Y es que cuando fue nombrado obispo de Rulenge decidió repartir
su tiempo de modo que dedicaba quince días al mes a actividades pastorales y
los otros quince, en su modesta vivienda de Nyabihanga, campesino entre
campesinos, para acercarse al Cristo del Evangelio.
Guiado por su lema “Ili wawe na san” que en swahili
significa “Que todos sean uno” (Jn. 17,21), promovió las pequeñas comunidades
cristianas, muchas de las cuales ponían en común todos sus recursos materiales
y espirituales, a ejemplo de los primeros cristianos. Mwoleka, que renunció a
su ministerio en 1996 por problemas de salud, falleció en 2002, pero dejó una
imborrable huella entre sus gentes.