jueves, 1 de noviembre de 2012

ANNUS FIDEI

ANNUS FIDEI

“Creo en un solo Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo”

Cuando se han cumplido 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II, la Iglesia proclama “El año de la fe”. Sin duda una espléndida ocasión para profundizar en el sentido auténtico de la fe. Para depurarla de doctrinas extrañas y ajustarla al Evangelio, para hacer de ella una fe viva.

Vivimos tiempos de falta de fe, de apostasía, de confusión ideológica, de decepción, de “yo creo, pero....”. En nuestro entorno se acrecienta la sordera ante la Palabra de Dios. El hombre de hoy se aísla en un cosmos propio, donde impera el desconocimiento de los más elementales fundamentos religiosos.

Con toda probabilidad, quienes sienten este desapego, fundamentaron sus creencias sobre falsos pilares. La fe no se sustenta sobre el ser humano, porque entonces podemos sufrir un duro desengaño. La fe es independiente de que “mi” párroco sea un buen o mal cristiano, de que “mi” obispo mantenga o no, una pastoral acorde con el evangelio y abierta a todos los colectivos, de que el Papa me parezca a mi, más o menos apropiado.

Creemos en Dios, por medio de Cristo, quien no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, quien “inició y completa nuestra fe” (12,2). Por ello hemos de fijarnos en Él. Hemos de recuperar la alegría de esa fe que nos impulsa a “sanar los corazones heridos, proclamar la liberación a los cautivos y libertar a los prisioneros” (Isaías 61, 1-2).

No se trata de creer en algo que no vemos sino creer en alguien que nos ha hablado. La fe reclama una respuesta personal hacia Dios y conlleva un compromiso con los principios del Evangelio. Por tanto individualmente habremos de perseverar en el conocimiento de la Palabra de Dios para conseguir, tal como señalaba el Vaticano II, “una sólida preparación doctrinal, teológica, moral, filosófica, según la diversidad de edad, condición y talento” (Apostolicam actuositatem, 29). Solo de esta manera podremos dar testimonio de nuestra fe. Recordemos aquellas palabras de Cristo: "Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5,16).

Y no olvidemos la oración. Pidamos fe a Dios, como lo hizo aquel padre que procuraba un favor para su hijo: “Creo, pero ayuda mi falta de fe” (Mc 9, 24).