lunes, 28 de mayo de 2012

Orar en Pentecostés

Autor: Juan Jáuregui Castelo
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com

Oración de un hombre mediocre

Señor, hoy celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés.

¿Por qué siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Ti. Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí, menos Tú.

Y luego, esa experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a Ti.

Dios de mi vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad. ¿Dónde podría yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado?

¿Quién podría entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?

Dios de mi alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?

Tú eres «el eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras que tu silencio.

Penetra en mí con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado. Despierta en mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.

Dios de mi salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana» (Sal 142, 10)

domingo, 6 de mayo de 2012

Dios como Madre

Se celebra hoy en España y Portugal el Día de la Madre. Y más allá de la dimensión comercial que pueda tener la celebración, bien está este día para rendir recuerdo y cariño hacia quienes nos dieron la vida.

Traspasando el tema al ámbito religioso, no hace mucho alguien me planteaba uno de los más conocido reproches feministas hacía el controvertido machismo de la religión: ¿Porqué hablamos de Dios Padre y no de Dios Madre?.

Y no parece una sinrazón la pregunta al punto que te hace reflexionar sobre el tema. Y es que siendo Dios espíritu, parece que referirnos a Él tanto en masculino como en femenino podría desvirtuar su propio concepto. En religiones primitivas como puedan ser las originarias americanas el concepto de Dios abarcaba ambos sexos. En religiones politeístas existían tanto dioses como diosas. Pero es cierto que las tres grandes religiones monoteístas hablan de Dios en términos fundamentalmente masculinos. Quizá porque los autores de la Biblia son todos masculinos, quizá por la cultura imperante en Europa y Asía durante milenios.

Posiblemente por ello el cristianismo ha querido poner un contrapunto en la figura de María. Pero hemos de comprender que las palabras de Cristo “ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27), solo podríamos entenderlas como una prolongación del concepto maternal de Dios, autor de la vida. En este sentido son numerosas las referencias que hacen las Escrituras hacia Dios en su actividad femenina de “parir”, como puede ser Deuteronomio 32,18, Números 11,12-13, o Isaías 42,14.

Para terminar si nos fijamos en el origen de la creación descrita en el Génesis comprobamos que también la mujer es creada a imagen de Dios: “Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza; Hombre y mujer los creó” (Gén. 1,27). Por tanto si nos permitimos ver a Dios en masculino, necesariamente hemos de admitirlo también en femenino. Dios es Padre, pero también Dios es Madre.