sábado, 22 de diciembre de 2012

¿Qué debemos hacer?



Hace muchos años, que comprendí que era necesario pasar de aquella religión del “NO” (no robarás, no matarás, no adulterarás, no....) a una religión del “Si”. ¡Si!, te preocuparás por el prójimo, por los desvalidos, por los niños, por los disminuidos físicos o mentales, por las víctimas de violencia, por..... ¡Sí!, estarás a favor de la justicia, de la paz, de los derechos humanos, de .... ¡Si!, trabajarás por el desarrollo sostenible, por la biodiversidad y el medio ambiente, por la erradicación del hambre y la extrema pobreza, por... ¡Si!, irradiarás alegría para transmitir un poco de felicidad al mundo que te rodea.

En este sentido la liturgia de este tiempo de Adviento, nos acercaba el pasado domingo, un texto del evangelista Lucas. En él, Juan el Bautista se expresaba con la claridad que le caracterizaba Todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Las gentes le preguntaban, ¿Entonces qué debemos hacer?” (Lc. 3, 9-10)” (Así, en positivo). Las respuestas que el Bautista iba dando, tenían el denominador común de la justicia, el socorro, el desprendimiento, la búsqueda del bien común.

Precisamente ayer, leía un mensaje de Navidad de las monjas benedictinas de Palacios de Benaver, que titulaban “Solo el amor solidario nos salvará” y en el que ante la actual situación de injusticia y sufrimiento, denunciaban que La lucha por la vida y el ambiente materialista y consumista, el individualismo imperante nos han endurecido el corazón, nos han hecho insensibles al sufrimiento ajeno”, preguntándose “¿A qué viene celebrar el nacimiento de Jesús intercambiando deseos de paz, de alegría y fraternidad si el mundo seguirá tan mal como siempre?”, para concluir “Cambiará si todos nos comprometemos en una lucha solidaria; si somos capaces de apagar nuestros egoísmos, nuestras ambiciones, nuestra pasividad ante los abusos e injusticias; si llegamos a hacer  del amor el centro de nuestra vida y  el motor de nuestros impulsos; si nos atrevemos a creer que todo hombre y toda mujer es nuestro hermano/a. Sólo el amor puede hacer que cambien muchas cosas, y el mundo entero está necesitado de amor, sediento de amor. El amor  es el único remedio para cambiar los males que nos aquejan y de los que todos somos, de alguna manera, culpables. Sólo el amor nos puede llevar a la solidaridad”.

Si esta Navidad, sirve para que avancemos en este sentido de convertir el amor, en acción positiva y solidaria, habrá merecido la pena celebrarla. De lo contrario, recordemos las palabras del Bautista.

¡Que el AMOR, llene vuestra Navidad de felicidad!

jueves, 1 de noviembre de 2012

ANNUS FIDEI

ANNUS FIDEI

“Creo en un solo Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo”

Cuando se han cumplido 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II, la Iglesia proclama “El año de la fe”. Sin duda una espléndida ocasión para profundizar en el sentido auténtico de la fe. Para depurarla de doctrinas extrañas y ajustarla al Evangelio, para hacer de ella una fe viva.

Vivimos tiempos de falta de fe, de apostasía, de confusión ideológica, de decepción, de “yo creo, pero....”. En nuestro entorno se acrecienta la sordera ante la Palabra de Dios. El hombre de hoy se aísla en un cosmos propio, donde impera el desconocimiento de los más elementales fundamentos religiosos.

Con toda probabilidad, quienes sienten este desapego, fundamentaron sus creencias sobre falsos pilares. La fe no se sustenta sobre el ser humano, porque entonces podemos sufrir un duro desengaño. La fe es independiente de que “mi” párroco sea un buen o mal cristiano, de que “mi” obispo mantenga o no, una pastoral acorde con el evangelio y abierta a todos los colectivos, de que el Papa me parezca a mi, más o menos apropiado.

Creemos en Dios, por medio de Cristo, quien no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, quien “inició y completa nuestra fe” (12,2). Por ello hemos de fijarnos en Él. Hemos de recuperar la alegría de esa fe que nos impulsa a “sanar los corazones heridos, proclamar la liberación a los cautivos y libertar a los prisioneros” (Isaías 61, 1-2).

No se trata de creer en algo que no vemos sino creer en alguien que nos ha hablado. La fe reclama una respuesta personal hacia Dios y conlleva un compromiso con los principios del Evangelio. Por tanto individualmente habremos de perseverar en el conocimiento de la Palabra de Dios para conseguir, tal como señalaba el Vaticano II, “una sólida preparación doctrinal, teológica, moral, filosófica, según la diversidad de edad, condición y talento” (Apostolicam actuositatem, 29). Solo de esta manera podremos dar testimonio de nuestra fe. Recordemos aquellas palabras de Cristo: "Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo" (Mt 5,16).

Y no olvidemos la oración. Pidamos fe a Dios, como lo hizo aquel padre que procuraba un favor para su hijo: “Creo, pero ayuda mi falta de fe” (Mc 9, 24).

sábado, 8 de septiembre de 2012

Vida religiosa: “Sufrir con los que sufren”

En líneas generales la vida religiosa es la gran desconocida de la sociedad actual. Incluso quienes intentamos llevar una vida espiritual activa dentro del mundo, olvidamos a estas personas, que viven su espiritualidad al margen del mundo, pero sin olvidarse de él.

Recientemente he tenido oportunidad de leer el mensaje que el jesuita Elías Royón, en su calidad de presidente de CONFER, dirige a los religiosos/as españoles en este inicio de curso, en el que admitiendo que tampoco ellos son ajenos a la crisis en su compromiso con los más afectados, les anima a seguir adelante con la esperanza por bandera. Veamos algunos párrafos:

“No vivimos con largueza pero sí lejos de las carencias de muchos. Que no solo ayudemos trabajando, sino compartiendo nuestro poco, nuestros cinco panes y nuestros pocos peces. Aquel joven del Evangelio no sabía que Jesús los multiplicaría, solo supo poner a disposición de los demás lo que tenía”.

“En nosotros no cabe hablar de ‘recortar’ tantos por cientos sino de una voluntad decidida y eficaz de solidaridad evangélica que nos lleva a compartir lo que se tiene, llegando en ocasiones a hacerlo incluso de lo necesario”.

Igualmente, para ser fiel a su dimensión profética, habla Royón de comprometerse con valentía en la lucha por la justicia: “No podemos permanecer insensibles ante una sociedad que egoístamente ha desplazado a los márgenes a aquellos que para Jesús son el centro. ‘Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos guardianes de nuestros hermanos…’ (Benedicto XVI, Cuaresma 2012), y que preguntemos con inquietud y libertad evangélica a los responsables de la toma de decisiones, si se están repartiendo justamente las cargas, si se busca con eficacia y creatividad poner todos los recursos posibles para remediar lo que ya son necesidades primarias como el comer y la salud; si la honradez, la integridad y la verdad presiden siempre las actuaciones de los políticos”.

No se trata simplemente de dar respuestas a necesidades sino de “sufrir con los que sufren, de privarnos de cosas, de sentir la pobreza en nosotros mismos, en nuestras comunidades…”.

martes, 14 de agosto de 2012

El descanso de la libertad

Como continuación al artículo anterior, examinamos hoy el concepto que del descanso se deriva del Libro del Deuteronomio.

Dice así: "Observa el día sábado, y conságraselo al Señor tu Dios, tal como él te lo ha ordenado. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero observa el séptimo día como día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu burro, ni ninguno de tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. De ese modo podrán descansar tu esclavo y tu esclava, lo mismo que tú. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí con gran despliegue de fuerza y de poder. Por eso el Señor tu Dios te manda observar el día sábado" (Dt. 5,12-15).

Así pues, el libro del Deuteronomio no se refiere a la creación para explicar el significado del sábado, sino que alude al acontecimiento de salvación que Israel ha experimentado en su liberación. En Egipto, Israel tuvo que trabajar como un esclavo hasta el día en que Dios lo rescató. De este modo, el descanso es recuerdo de la libertad que Dios proporciona a su pueblo, no solo en Egipto, sino también frente a toda esclavitud que el hombre pueda sufrir, comenzando por una concepción, voluntaria o impuesta, del trabajo como sentido último de la vida que al final se convierte en verdadera explotación. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 257.-258)

domingo, 12 de agosto de 2012

El descanso del trabajo bien hecho

La llegada del verano suele coincidir con las vacaciones. Es por tanto un tiempo de descanso,para recuperarnos de esos cansancios que por exceso de trabajo y por rutina terminan por afectarnos.

Pero, ¿cual es el criterio del descanso desde la óptica religiosa?. Numerosas son las referencias bíblicas al descanso, que se presenta como un don de Dios, aquel que "no duerme ni reposa" por cuidar a su pueblo (Sal. 121,4)

Pero si partimos de la importancia del descanso sabático judio, habremos de reflexionar sobre las dos exposiciones del Decálogo: el Libro del Éxodo y el Deuteronomio. Trataremos hoy la versión del Libro del Éxodo.

El Libro del Éxodo alude al reposo sabático tomando como referencia la obra de la creación:"Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo" (Ex.20,8-11).

Por tanto el hombre debe descansar a imagen del Dios creador. Esto situa la actividad del hombre en relación con el obrar de Dios. De este modo también el trabajo, más allá de ser una necesidad para sobrevivir, más allá de su carácter en ocasiones duro y despersonalizador, es visto en el proyecto primero de Dios, no como un castigo sino como participación y continuación de su acción creadora en el mundo (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 255-256)

lunes, 28 de mayo de 2012

Orar en Pentecostés

Autor: Juan Jáuregui Castelo
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com

Oración de un hombre mediocre

Señor, hoy celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés.

¿Por qué siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Ti. Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí, menos Tú.

Y luego, esa experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a Ti.

Dios de mi vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad. ¿Dónde podría yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado?

¿Quién podría entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?

Dios de mi alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?

Tú eres «el eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras que tu silencio.

Penetra en mí con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado. Despierta en mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.

Dios de mi salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana» (Sal 142, 10)

domingo, 6 de mayo de 2012

Dios como Madre

Se celebra hoy en España y Portugal el Día de la Madre. Y más allá de la dimensión comercial que pueda tener la celebración, bien está este día para rendir recuerdo y cariño hacia quienes nos dieron la vida.

Traspasando el tema al ámbito religioso, no hace mucho alguien me planteaba uno de los más conocido reproches feministas hacía el controvertido machismo de la religión: ¿Porqué hablamos de Dios Padre y no de Dios Madre?.

Y no parece una sinrazón la pregunta al punto que te hace reflexionar sobre el tema. Y es que siendo Dios espíritu, parece que referirnos a Él tanto en masculino como en femenino podría desvirtuar su propio concepto. En religiones primitivas como puedan ser las originarias americanas el concepto de Dios abarcaba ambos sexos. En religiones politeístas existían tanto dioses como diosas. Pero es cierto que las tres grandes religiones monoteístas hablan de Dios en términos fundamentalmente masculinos. Quizá porque los autores de la Biblia son todos masculinos, quizá por la cultura imperante en Europa y Asía durante milenios.

Posiblemente por ello el cristianismo ha querido poner un contrapunto en la figura de María. Pero hemos de comprender que las palabras de Cristo “ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27), solo podríamos entenderlas como una prolongación del concepto maternal de Dios, autor de la vida. En este sentido son numerosas las referencias que hacen las Escrituras hacia Dios en su actividad femenina de “parir”, como puede ser Deuteronomio 32,18, Números 11,12-13, o Isaías 42,14.

Para terminar si nos fijamos en el origen de la creación descrita en el Génesis comprobamos que también la mujer es creada a imagen de Dios: “Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza; Hombre y mujer los creó” (Gén. 1,27). Por tanto si nos permitimos ver a Dios en masculino, necesariamente hemos de admitirlo también en femenino. Dios es Padre, pero también Dios es Madre.

domingo, 15 de abril de 2012

En un cuerpo glorioso


Se cierra hoy domingo la Octava de Pascua, un tiempo en que hemos celebrado la resurrección de Cristo, núcleo central de nuestra fe. Cristo Resucitado nos posibilita superar nuestras inseguridades, nuestras dudas, nuestras oscuridades para alcanzar la luminosidad de su gracia que transforma por completo nuestra vida.

Y en paralelo a las reflexiones propias de este tiempo, también lo he hecho acerca de lo que será nuestra propia y futura resurrección: la llamada resurrección de la carne, un artículo de fe que solemos tener un poco olvidado, quizá por resultarnos un tanto insondable y misterioso. Por eso hemos de partir del la Resurrección de Cristo para acercarnos, aunque sea mínimamente a su comprensión. Cristo resucitó con un cuerpo glorioso, pasando “del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio, leemos en el Catecismo (nº 646). Cuando Cristo se aparece ante sus discípulos lo hace con un cuerpo físico, que camina, que habla, que come pan y pescado asado, ¡si!, pero un cuerpo glorioso que se hace presente en un cenáculo con puertas y ventanas cerradas, que resulta difícil reconocer sino es por la propia fe.

Esto nos da alguna pista acerca de nuestra resurrección al final de los tiempos, pues también el nuestro será un cuerpo glorioso. No resucitaremos para una mera prolongación de nuestra existencia terrena. No será nuestro cuerpo de los 20, los 40 o los 60 años, sino que será una transformación en un cuerpo, que más allá del espacio y el tiempo, supera las necesidades físicas, se torna incorruptible, no envejece ni enferma. Como nos dice San Pablo esta resurrección “transformará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp 3, 21).

Imagen: N.P. Jesús Resucitado. Procesión Domingo de Resurrección. Cartagena (España). De mi archivo

lunes, 19 de marzo de 2012

Anónimo San José

De la mayoría de los santos, podríamos escribir un libro de su vida, pero de San José, apenas conocemos nada, pues muy pocas veces se le menciona en los Evangelios. Es por ello que la iconografía de San José se ha nutrido históricamente de tradiciones y escrituras apócrifas que nos han hablado del esposo anciano custodio de María, del carpintero, del santo de la vara florida, etc.Sin embargo a través de esas escasas menciones evangélicas podemos obtener determinados rasgos inequívocos de San José.

Así vemos que era una persona cumplidora de sus obligaciones ciudadanas, que emprende un largo y penoso viaje con su esposa en avanzado estado de gestación, para cumplir con el decreto de Augusto.

Vemos que era un hombre preocupado por su familia, que no habiendo alojamiento en Belén, no ceja en buscar hasta conseguir un local techado al abrigo de la noche, que aunque no fuese un cinco estrellas sirviera para albergar el parto de María.

Asimismo, ante las condiciones y acontecimientos adversos no duda en emprender la emigración a Egipto, para la seguridad del niño, el mismo motivo que a su regreso le impulsa a instarse en Galilea.

Por otra parte podemos deducir su esfuerzo y esmero en la educación de Jesús, tanto en el orden humano como religioso pues, a pesar de su origen humilde, Jesús sorprendería a los escribas por su dominio de la Ley.

Y sobre todo hemos de reconocer en San José a un hombre de una profunda fe. Es la fe que le permite aceptar plenamente cuanto Dios le va comunicando a través de sueños, asumiendo los designios de Dios para sus funciones de esposo de María y padre de Jesús, el Hijo de Dios.

Cabe pues definir a José como un hombre que desde su humilde dignidad es RESPONSABLE, ABNEGADO, TRABAJADOR, SACRIFICADO, BUEN PADRE DE FAMILIA. Unos valores que nos lega a los hombres de todas las generaciones. Pero hay otras características de San José que quiero destacar.

De San José no nos ha llegado ni una sola palabra de su boca. Y no es que fuera mudo, sino que probablemente cumplió aquel viejo mandato: "Sean pocas tus palabras" (Eclesiastés, 5,1). En un mundo actual lleno de vocingleros y falsas promesas, José nos legó su trabajo honrado ausente de hueca palabrería.

Y ese silencio de José posee una especial elocuencia, pues merced a él entendemos plenamente la verdad contenida en el juicio que nos da el Evangelio: el de “hombre justo” (Mt 1, 19). Este es el mejor adjetivo que la Biblia puede aplicar a un hombre.

En resumen, cuando el mundo de hoy, ensalza la propaganda como moneda de éxito, el culto a la imagen, el buen perfil contenido en las redes de internet, cuando tantos compiten por aparecer en “Gran Hermano” o en los programas de tele-basura, José nos indica un camino totalmente distinto: el de la responsabilidad y el trabajo desde la invisibilidad, desde el anonimato.

Muchos son los documentos eclesiales que a lo largo de los siglos han hecho memoria de San José, pero entre ellos cabría destacar la encíclica “Quamquam Pluries” de León XIII: “Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria”

miércoles, 22 de febrero de 2012

Conviértete y cree en el Evangelio


Imagen: Misal con la misa papal de la feria cuarta de Ceniza (Miércoles de Ceniza) Siglo XVII (Biblioteca Capitular de Toledo)


Las primeras prédicas de Jesús al iniciar su vida pública, insisten sobre las palabras de Juan el Bautista: “Convertios y creed en la Buena Nueva” (Mc. 1,15)

Son estas palabras de Jesús las que nos salen al encuentro en este Miércoles de Ceniza, que inicia el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Pero no vayamos a pensar que la llamada a la conversión es para ateos o paganos. La conversión es una necesidad individual de renovación en la fe de cada creyente. Porque convertirse significa "volver", "cambiar", "corregir el camino", "renovarse". Y la conversión que nos pide Jesús se basa en el Evangelio. Y profundizar en él, supone reencontrarnos con un Dios que es fundamentalmente Amor.

Lo advierte el profeta Joel: “Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos” (Jl. 2,13). Es, pues, momento de abrir nuestro corazón al amor auténtico, que habrá de incluir a tantos sufrientes del mundo hoy. Personas afectadas por la violencia, por el hambre, por las enfermedades, por la pobreza, por la crisis. Parados, emigrantes, refugiados, enfermos, marginados, perseguidos por odios étnicos o ideológicos y desvalidos en general, han de ser el primer objeto de nuestro amor.

La ceniza es el “humus” fecundo de donde debe nacer el “hombre nuevo”, que despojado de viejos vicios e infidelidades, camina hacia la Pascua, auténtica esencia de nuestra fe. San Jerónimo decía: "Ignorar el Evangelio es ignorar a Cristo".

domingo, 15 de enero de 2012

La voz de Dios


“En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal” (Catecismo de la Iglesia Católica)

En todos los tiempos, el hombre creyente ha intentado escuchar la voz de Dios. Pero no es fácil sentirla y reconocerla. Y no lo es por el excesivo ruido que nos rodea. Si acudimos a las Sagradas Escrituras, vemos que Dios se manifiesta por distintos medios al hombre. Los antiguos eremitas se retiraban a los montes altos y silenciosos en su afán de escuchar esta voz. Nosotros venimos obligados a buscar el silencio, la quietud y la paz necesarias para poder escucharla, si realmente estamos en disposición de seguirla, si realmente queremos saber exactamente el plan de Dios, para con nosotros. Y en ese silencio, en algún momento la voz de Dios se hará realidad: “Y con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras: Ese es el camino, id por él” (Isaías, 30,21)

No despreciemos ayuda a la hora de discernir la palabra de Dios. El profeta Samuel necesitó de la guía del anciano sacerdote Elí, para reconocer esa voz como la de Dios: “si te llaman, dirás: Habla, Señor, que tu siervo te escucha” (I Samuel, 3,9). Esta misma mañana, en su alocución tras el rezo del “Ángelus”, el Papa Benedicto XVI se ha expresado en lengua española: “Os exhorto a estar siempre disponibles a la voz del Señor”. Y esa disposición solo puede tener una respuesta: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo 40, 8-9)

sábado, 7 de enero de 2012

Carta a los Reyes Magos


Queridos Reyes Magos:

Hemos tenido una año con mucha zozobra, con muchas personas sin trabajo, con mucha pobreza, y con ese terremoto de Lorca, que ha dejado la ciudad vecina hecha una auténtica ruina y a muchos de sus habitantes sin techo. Por eso cuando ha llegado el momento de mi carta anual a SS.MM. no puedo por menos que implorar una luz de esperanza a tanto dolor.

Personalmente este año quiero pediros un favor especial, un viejo sueño que cada vez anhelo más ver hecho realidad: recuperar el espíritu del niño que todos llevamos dentro, pero que enterramos y olvidamos aquel día que nos creció la barba, que empezamos a correr detrás de las chicas, que terminamos los estudios, que iniciamos nuestro primer trabajo o que hubimos de enrolarnos en el servicio militar obligatorio. Desde entonces un cúmulo de intereses, de personalismos, de duras vivencias, nos han hecho alejarnos de aquel espíritu infantil que tanta felicidad nos proporcionó en nuestra niñez. Por eso ahora deseo recuperar aquel espíritu y volver a ser como un niño.

Quiero ser como un niño para escandalizarme con la violencia en general y particularmente con la violencia doméstica y el maltrato a mujeres y niños.

Quiero ser como un niño para estremecerme con situaciones de hambruna humana como la vivida este año pasado en Somalia y clamar bien alto a quienes tienen en su mano darle solución.

Quiero ser como un niño para adorar a la naturaleza, para apostar por la descontaminación, para trabajar por la biodiversidad, para tomar conciencia de la necesidad de mantener el equilibrio ecológico.

Quiero ser como un niño para apostar por energías limpias, para clamar por un mundo desnuclearizado, especialmente tras el accidente nuclear de Fukushima, para reclamar un mundo sin mareas negras.

Quiero ser como un niño para defender con entusiasmo los derechos humanos, violentados en tantos lugares del planeta.

Quiero ser como un niño para relacionarme sin prejuicios con los inmigrantes; para entender que todos los hombres somos hermanos, hijos de un mismo Dios.

Quiero ser como un niño para irradiar alegría, para ser feliz con las pequeñas cosas y compartir esta felicidad con cuantos estén a mi alrededor y entender el mensaje de aquel viejo cuento de León Tolstói, “La camisa del hombre feliz”

Quiero ser como un niño para no participar de la gilipollez de los adultos, que son como los protagonistas del cuento de Andersen “El nuevo traje del Emperador”.

Quiero ser como un niño para disfrutar de películas como “Mery Poppins”, para enternecerme con el cuento de Andersen “El soldadito de plomo”, para levantar una cometa, para competir a ver quién mea más lejos, para atiborrarme de chocolate......

Quiero ser como un niño para creer en los Reyes Magos.

Quiero ser como un niño para ser capaz de escuchar a Dios, como solo ellos pueden hacerlo.

Espero que SS.MM. no encuentren esta petición demasiado descabellada, y atendiendo a su secular magnanimidad, me ayuden a reencontrarme, en buena medida, con mi espíritu de niño. Os prometo que intentaré ser todo lo bueno que un adulto es capaz de ser. Hasta el próximo año, reciban un cordial saludo

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“Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributos. Los reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos. Todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones” (Salmo 72, 10-11)