viernes, 19 de marzo de 2010

Cartagena y el Cura Valera

Con ocasión del llamdado "Día del seminario" traigo hasta este blog la figura de un sacerdote ejemplar: el cura Valera.

Salvador Valera Parra (Huércal-Overa, 1816-1889), conocido como “el cura Valera” llegó a Cartagena en 1864 como ecónomo del Curato de la ciudad. Hijo de modestos labradores, se ordenó sacerdote en 1840, ejerciendo como capellán en Huércal-Overa. Como sea que su vocación sacerdotal va mucho más allá de actos litúrgicos y pone todo su empeño en pisar la calle para atender a los más necesitados, llegan a acusarle ante el obispado por “liberal”. El obispo, atento a la realidad y al sentir popular, desestima esas acusaciones.

Al llegar a Cartagena se instala en el antiguo Hospital de Caridad. Durante su estancia de cuatro años en la ciudad, se tiene constancia de tres hechos destacados:

Aquí asiste a la epidemia de cólera de 1865,. Impulsado por su natural de atender a quienes pueden necesitarle, no tiene ningún reparo en asistir con heroísmo y amor a los enfermos, por lo que posteriormente el Ayuntamiento le regalaría un cáliz de plata en reconocimiento. Este cáliz aún se conserva en la iglesia parroquial de Huércal-Overa. Asimismo la reina Isabel II le concede la Cruz de la Orden de Carlos III.

Otro hecho recordado tiene lugar con ocasión de un violento motín en el penal, durante el mes de Agosto de 1868. El cura Valera, que siempre se mostró cercano a los penados, no duda en ofrecerse como interlocutor, consiguiendo que los presos depongan su actitud, sin ser represaliados por las autoridades carcelarias.

Finalmente el hecho más comentado de la época tuvo lugar en el 26 de Septiembre de 1868, cuando llega a Cartagena a bordo de la fragata Zaragoza el general Prim. En aquel momento las autoridades decidieron que repicaran las campanas de las iglesias, pero aún no había sido avisado el cura Valera cuando ante el asombro de todos, las campanas empezaron su repiqueteo anunciando el acontecimiento, lo que se consideró como un hecho milagroso. Enterado el general Prim del hecho y de las virtudes que atesoraba el cura Valera, pidió conocer al párroco, proponiéndole para cargos más elevados en la Corte. Pero el cura Valera no aspiraba a cargos, ni dineros, ni influencias, ni galas, ni honras. Quien era amigo de pobres y enfermos, quien dormía en el suelo por ceder su cama, quien comía parcamente, quien vivía pobre porque daba todo lo que tenía, no podía ahora vestir sedas ni vivir en palacios. Por ello rehusó esas proposiciones y tan solo pidió su traslado a su pueblo natal, Huércal-Overa, donde, ya muy anciana, aún vivía su madre. Y allí volvió como párroco, donde tras largos años de entrega pastoral, murió en olor de santidad el día 15 de Marzo de 1889 a los 73 años.

En el número especial que el diario de Huércal-Overa, “El Almanzora”, le dedica el día 24 de Marzo de 1889 pudo leerse: “En la conciencia de todos los que han conocido al virtuoso y nunca bien llorado cura Don Salvador Valera, está indeleblemente gravado que ocupa ya un señalado puesto entre los santos: todos lo creemos sin excepción alguna”

En 1944 la diócesis de Cartagena incoa un proceso de beatificación que no culmina, por lo que en 1962 se inicia un nuevo proceso por la diócesis de Almería. Este proceso se toma impulso de forma definitiva a partir de 1986 apoyado por la “Asociación Pro Beatificación del Cura Valera” erigida en 1988. De su mano el cura Valera cuanta ahora con su propia página web:

http://www.curavalera.org/

domingo, 14 de marzo de 2010

reconciliatio

Cuaresma: Tiempo de Reconciliación

No admite controversia el grito de San Pablo : “En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios” (II Corintios, 5,20)

Pero...¿acaso puedo necesitar reconciliarme con un Dios contra el que no me he manifestado?. La respuesta nos la da el apóstol San Juan cuando nos avisa: "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8).

¿Entonces qué significa reconciliarse con Dios?. Para mi está claro: Reconocer en qué puntos nuestra conducta de cada día se desvía de la moral divina, de la llamada Ley Natural. La Ley Natural es una ley no escrita, de la que ya nos hablaba Aristóteles y que dicta a una a conciencia suficientemente formada, lo que éticamente es bueno o perverso. El Cristianismo tiende a asimilar la Ley Natural con la llamada Ley de Dios. Por tanto toda desviación de la Ley de Dios, es lo que podríamos considerar pecado.

¿Cuándo nos apartamos de la Ley de Dios? Evidentemente cuando nos olvidamos de una serie de principios básicos.

Así cuando atentamos contra la libertad: Dios crea al hombre libre y esa libertad no debe ser violentada. “¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?” (Isaías, 58,6)

Cuando atentamos contra la justicia y los derechos humanos: “En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano” (I Juan, 3,10)

Cuando nos olvidamos de la misericordia para con el prójimo, siendo esta una de la más reconocidas características de Dios: “pues como es su grandeza, tal su misericordia”. (Eclesiástico, 2,18).

Cuando nos asociamos con la avaricia tantas veces condenada por Cristo que nos invita a una fraternal comunicación de bienes, o la soberbia : “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11,29).

Cuando justificamos la violencia, “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5,9)

Cuando volvemos el rostro a la esperanza a la que nos llama la resurrección de Cristo, y sembramos tristeza en vez de alegría: “ el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados” (Efesios, 1,17-18)

Cuando atentamos contra la vida, integridad o dignidad del ser humano: “No matarás” (Éxodo, 20,13))

Cuando, en definitiva atentamos contra el amor, núcleo central de la fe cristiana: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Juan, 13,34).

Y porque no somos fieles a estos principios necesitamos de la reconciliación