sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad. El nacimiento del Sol

“Para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos” (Malaquías, 3,20)

En los primeros tiempos del cristianismo, los creyentes se reunían en torno a la mesa eucarística. En aquel tiempo celebraban principalmente la muerte y resurrección de Cristo, como eje del legado de salvación de Dios.

No sería hasta fechas posteriores al siglo III cuando cuando se siente la necesidad de conmemorar el nacimiento de Cristo, el misterio de la Encarnación de Dios. Como sea que las Sagradas Escrituras no dan pista sobre la fecha o época del año en que se produjo, se piensa en buscar una fecha fuera de las solemnidades de Pascua o Pentecostés.

Desde tiempos remotos con ocasión del solsticio de Invierno, se han celebrado fiestas en muy distintos enclaves del planeta. En Roma, las fiestas saturnales evocaban el “natalis invicti Solis” o fiesta del nacimiento del sol. Considerado desde la teología cristiana, el sol naciente es simbología del nacimiento de Cristo, que hace realidad la profecía de Malaquías. Sin duda por ello, el Papa Julio I propone en el año 350 que el nacimiento de Cristo fuera celebrado el 25 de diciembre, fecha que fue declarada por el Papa Liberio en 354. De esta forma la festividad cristiana sustituye a las antiguas fiestas, tomando de ellas distintos usos y simbologías.

La Navidad, tal como la conocemos hoy, se extiende desde el tiempo de Adviento a la Epifanía e incluso hasta la fiesta de Presentación del Señor (Candelaria). Aún contaminada por el consumismo al uso, la festividad ofrece al cristiano un acercamiento hacia aquel niño nacido en un establo, que se dirigía a Dios como “Abba” (Padre) y que proclamó la bienaventuranza de los pobres en el Reino de Dios.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Que vuelva la Navidad

Autor del texto: Santiago Agrelo, Obispo de Tánger, publicado en su muro de facebook


Cielos, destilad el rocío; nubes derramad al Justo:
Que vuelva la Navidad.

Sin Dios revestido de fragilidad, no hay Navidad.
Sin Dios empequeñecido, no hay Navidad.
... Sin Dios empobrecido, no hay Navidad.
Sin Dios entre pecadores, no hay Navidad.

Sin la alegría que el cielo regala a la tierra, no hay Navidad.
Sin la salvación que del cielo nos llega, no hay Navidad.
Sin un niño que puedas encontrar y en el que puedas reconocer la alegría y la salvación que el cielo te anuncia, no hay Navidad.

Sin la fidelidad de Dios a sus promesas, nunca habría Navidad.
Sin el amor eterno del que nacen las promesas de Dios, nunca habría Navidad.
Sin la fe de María de Nazaret, que confía su vida a la fidelidad de Dios, nunca habría Navidad.
Sin tu fe, no habrá para ti ninguna Navidad.

Encontrarás a Dios pequeño en la Eucaristía. Allí lo escucharás, allí lo recibirás, allí lo adorarás: Será tu Navidad.
Encontrarás a Dios frágil y pobre en el sin techo, en el sin patria, en el sin papeles, en el sin trabajo, en el sin pan. Lo acudirás: Será tu Navidad.
Entonces podrás cantar eternamente las misericordias del Señor, anunciar su fidelidad por todas las edades, porque su misericordia es un edificio eterno: Él, el Señor, ha salido a tu encuentro como Salvador en la Eucaristía y en los pobres. Por su gracia lo has reconocido. Por gracia volverá la Navidad.

jueves, 8 de diciembre de 2011

La indignación del Bautista


Imagen: "Juan Bautista" de Caravaggio (Galería Borghese. Roma)

El tiempo de Adviento en el que nos encontramos, nos acerca la figura de Juan Bautista. Presentado usualmente como prototipo de la vida ascética, aquel que vive en el desierto y se alimenta de saltamontes y miel silvestre, aquel que predica la moderación y la comunicación de bienes, aquel que denuncia el hambre, la extorsión, la violencia, la maledicencia o el ansia de riqueza. Pero detrás de todo ello solemos olvidar que Juan Bautista fue “la voz que clama en el desierto”, la voz de un hombre sincero que no anteponía su propio yo, la voz de un hombre exigente con sus propios principios. Es por esto que denunció cuanto de injusticia se daba en la sociedad de su época, sin pararse ante los poderosos ni ante los jerarcas. Así, arremetió contra la corrupción de Herodes hasta costarle la vida.

Y es aquí donde podemos identificar a Juan Bautista con los “indignados” de nuestros días. Inmersos como estamos en la más profunda crisis de las últimas décadas, los indignados denuncian la corrupción intrínseca de un modelo capitalista que nos ha conducido a esta situación, sin dejar por ello de enriquecer a sus propios artífices desde la Banca, como grandes especuladores financieros, hasta una clase dirigente interesada y corrupta. Los indignados reclaman una democracia real, un cambio de modelo que permita desarrollar un sistema más justo, más digno, más humano, más ecológico. Y aquí no puede uno sino recordar las palabras de Cristo “A vino nuevo, odres nuevos” (Lc. 5,38).

Pero la indignación alcanzaría también a aquel sector de la jerarquía eclesial que no ve más allá de sus orondas panzas, olvidando que hemos de remangarnos los pantalones para pisar los lodos y las arenas de la vida y que parecen convertir la religión en un sistema normativo asfixiante, cuando el propio Cristo decía "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt. 11,30).

Cuando Juan llama a "Allanad los caminos del Señor" (Jn. 1,23), con toda probabilidad denuncia los innecesarios fastos de nuestras celebraciones o el excesivo boato de nuestros ritos, que en buena medida ocultan la esperanzadora alegría de la Buena Nueva de Cristo. Pero su indignación alcanzaría también a aquellos laicos que nos mostramos incapaces de asumir una conciencia crítica para limpiar la religión de cuantos postizos la desvirtúan e impiden a muchas gentes y a buena parte de la juventud entender el auténtico mensaje de Cristo, el único y gran mandato que deriva de los evangelios: el amor a Dios y al prójimo. Porque "Dios es amor" (1Jn, 4,16)

domingo, 27 de noviembre de 2011

El cinturón de la Virgen María


Imagen: Agencia EFE

La toma del poder por los bolcheviques tras la Revolución Rusa de 1917, condujo a al implantación del comunismo, una corriente política de origen marxista que perseguía la abolición de las clases sociales, mediante la llamada “dictadura del proletariado”, con el objetivo final del “paraíso comunista” una sociedad igualitaria donde el hombre no es víctima de explotación.

La única realidad es que el “Imperio Ruso” fue sustituido por la Unión Soviética, con su autoritarismo potenciado hasta la infinitud y tratando de exportar el comunismo, como un dogma, al resto del planeta. Condujo a las sociedades bajo su imperio, a una absoluta falta de libertad y a través de unas políticas económicas condenadas al fracaso, a unos niveles de vida notablemente inferiores a los países basados en economías de libre mercado.

Dentro de estos planteamientos y de ese dogma, la religión es considerada “opio del pueblo”, un instrumento al servicio de las clases dominantes para mantener el sometimiento del proletariado. El Estado se declara ateo y la religión solo puede ser practicada en la intimidad de los grupos de creyentes.

No es de extrañar, pues, que la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, fuese volada hasta los cimientos, con la idea de construir en su lugar el “Palacio de los Soviets”, que nunca llegaría a levantarse. Tras la caída de la Unión Soviética en 1991, la Catedral fue reconstruida con una estructura similar, consagrándose al culto en 2000.

Según una antigua tradición la Virgen María tejió con sus propias manos un cinturón con lana de camello, que usaría hasta el final de sus días, y que sería recogido por el apóstol Tomás. Posteriormente el cinturón sería cortado, conservándose en la actualidad tres fragmentos ubicados uno en el monasterio de Vatopidi en el Monte Athos en Grecia y los otros dos en Italia y Croacia.

Esta reliquia del Monte Athos, ha sido llevada a Rusia para que pudiera ser venerada por los creyentes. Así desde el pasado 20 de Octubre hasta hoy domingo 27 de Noviembre, ha visitado las ciudades de San Petersburgo, Yekateringburgo, Norilsk, Vladivostok, Ussurisk, Krasnoyarsk, Tiumen y finalmente la Catedral de Cristo Salvador de Moscú.

Pues bien, el multitudinario entusiasmo que ha despertado la reliquia ha sobrepasado todas las previsiones. La religiosidad en Rusia ha renacido con gran fuerza, después de 74 años de proscripción. En Moscú, con temperaturas bajo cero, se han tenido que guardar colas de hasta 26 horas de duración y las autoridades se han visto en la necesidad de instalar puntos de atención, donde facilitar a las personas un te o un caldo caliente y algún pastelito de carne. Asimismo letrinas de campaña y servicio médico.

Aunque han surgido voces críticas, incluso dentro de la Iglesia Ortodoxa, el fenómeno está ahí. Y es que en definitiva el cristianismo es una religión de amor. Y por tanto de libertad, de justicia, de paz, de igualdad, de solidaridad y de alegría, transmitiendo una fe en la trascendencia y por tanto en la esperanza, valores de los que estaban faltos en la Unión Soviética.

domingo, 30 de octubre de 2011

Instrumento de paz


Al cumplirse 25 años de que Juan Pablo II convocara en la ciudad italiana de Asís a representantes de todas las religiones para reflexionar y orar juntos por la justicia y la paz, Benedicto XVI ha vuelto a convocarlos de manera que se haga realidad avanzar juntos en el camino de la paz. Es el llamado “Espíritu de Asís”.

Resulta incoherente el hecho histórico de que si bien todas las religiones ofrecen en su pensamiento doctrinal un mensaje de paz, sin embargo han sido, y aún son en nuestros días, base de violencia y de guerras. Y es que las religiones han sido, en muchos casos absorbidas por los poderes sociales y en realidad han sido esos grupos sociales, quienes amparándose en la religión han promovido los enfrentamientos bélicos. También los fanatismos y fundamentalismos, han buscado en los propios libros sagrados la justificación de sus acciones. Como indica el Evangelio de Juan, “Incluso llegará la hora en que todo el que mate piense que da culto a Dios”. (Jn. 16,2)

Tampoco es novedoso que se busque la paz a través de la religión. Ya en 1893 se constituyó un “Parlamento Mundial de las Religiones” con el fin de buscar la concordia y la paz. Posteriormente han existido otros intentos como en 1970 cuando se convocó en Kyoto una “Conferencia Mundial de las Religiones en favor de la Paz”. Ahora en Asís, Benedicto XVI ha manifestado ante los asistentes a esta Jornada de oración, “la importancia del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia”.

Y como estamos hablando del “Espíritu de Asís” nada mejor que terminar con aquella plegaria de San Francisco: “Quiero ser, Señor, instrumento de tu paz”

sábado, 22 de octubre de 2011

Domund



Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn. 20,21)

Actualmente se habla con insistencia de “nueva evangelización”. Y es que estos albores del siglo XXI, son tiempos de incertidumbre, de inestabilidad social, de capitalismo desbordado, de pérdida de valores, de individualismo, de relativismo y de escepticismo general. Y en medio de todo esto, urge encontrar un valor sólido sobre el que podamos fundamentar nuestro propio existir.

Y es aquí donde las palabras de Cristo, transcritas por el evangelista Juan, adquieren toda su dimensión. Cristo levanta bandera de la fe, del amor, de la vida, de la esperanza, de la paz, de la alegría, y lo hace en un concepto universal. Estamos llamados a la misión que nos impulsa a acercarnos tanto a los pobres de los países en procesos de desarrollo como a los grandes núcleos urbanos donde coexisten riqueza y pobreza y donde este Dios de la liberación, de la justicia y de la solidaridad es el gran desconocido y en muchos casos ha sido excluido de forma radical.

Cada cristiano está llamado a ser luz, sal y levadura. En su misión ha de anunciar un Cristo cercano al hombre, un Cristo que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con él” (Hechos 10,30) y quizá por ello, resultó una amenaza para los perfectos religiosos de la época, lo que le llevó a la muerte de cruz.

Y esta es fundamentalmente nuestra misión, nuestro mensaje de salvación, pues también nosotros,a través de Cristo, nos convertimos en hijos amados del Padre y su espíritu nos acompaña, nos ilumina y nos guía en la misión que cada uno tenemos en nuestra vida. Que así sea.

23 de Octubre de 2011, Día del Domund

domingo, 7 de agosto de 2011

Indignados

La revista "XLSEMANAL", publica en su número de este domingo 7 de Agosto una entrevista con Xavier Novell, Obispo de Solsona, que a sus 41 años es el prelado más joven de España.

Una pregunta llamó mi atención: Si Jesucristo viviera hoy, ¿sería un ‘indignado’ más?

He aquí la respuesta: Ciertamente, el Señor se indignó ante tantísimas manipulaciones que habían hecho los dirigentes de Israel de la religión. Jesús se indignó ante la falta de humanidad de su pueblo hacia los que sufrían. Jesús se indignaba ante quienes habían recibido el encargo de servir y lo que hacían era servirse. En lo que hay de ese movimiento de acusación y denuncia, Jesús se siente cerca de ellos. En lo que pueda haber de ‘no estamos de acuerdo con nada’ y ‘no sabemos lo que proponemos’, Jesús les recomendaría ser compasivos con los que tratan de hacerlo lo mejor que saben. Quizá quienes se indignan tampoco tienen la piedra filosofal. Las cosas son muy complejas.

Y es que, a pesar de la simpatía inicial hacia un movimiento que surge ante la falta de respuesta del capital y la clase política frente a la gravísima situación a que nos ha conducido la crisis, casi cuatro meses después de que surgiera, aún no sabemos muy bien cuales son sus propuestas.

jueves, 9 de junio de 2011

Pereza

Celebrábamos el pasado domingo la liturgia de la Ascensión de Jesús a los cielos, y el relato del libro de Los Hechos de los Apóstoles, nos dejaba una curiosa frase: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hch 1,11)

¡Con la de tareas que tenemos pendientes! Y nos quedamos mirando al cielo como si quisiéramos que éste nos resolviera todas nuestras cuestiones.

Hemos de ponernos manos a la obra. El Amor de Dios ha de impulsarnos a buscar algún tipo de solución a cuantos problemas aquejan al prójimo y a nosotros mismos. La pereza, calificada como uno de los pecados capitales, siempre fue mala consejera. Recuerdo que de niño, mi padre nos despertaba temprano, sentenciando que la pereza “desgasta más que la herrumbre”

El Génesis nos indica que Dios creó al hombre y “le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gn. 2,15). Hay un libro en el Antiguo Testamento que habla mucho sobre la pereza; es el Libro de los Proverbios: “Vete donde la hormiga, perezoso, mira sus andanzas y te harás sabio” (Pr. 6,6) y advierte de sus consecuencias: “El perezoso no ara a causa del invierno; pedirá, pues, en la siega, y no hallará.” (20:4).

El propio Cristo es categórico, en su parábola de los talentos: “a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas” (Mt. 25,30), y San Pablo es claro como el agua: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (II Tes. 3,10).

Pero no hemos de confundir pereza con ocio. El ocio es simplemente un tiempo no dedicado a tareas laborales. El propio Virgilio en sus “Bucólicas” escribía: “O Melibae, Deus nobis haec otia fecit”....(Oh Melibea, Dios nos da esta ociosidad)

jueves, 21 de abril de 2011

Una muerte de cruz



“Es maldito por Dios, el que cuelga de un madero” ( Dt 21,23)

Esta sentencia del Deuteronomio indica el concepto que para los judíos tenía colgar un cuerpo en un leño. En realidad era un castigo suplementario que se aplicaba al cadáver de un ajusticiado por idólatra o blasfemo que había sido lapidado.

Y para los romanos la cruz era la pena capital reservada a los esclavos, de hecho era la última, la peor condena que se podía imponer a alguien. Algo especialmente cruel y abominable.

Siendo esto así, ¿Cómo es posible reconocer en Jesús crucificado a un Profeta, a un Mesías, al Hijo de Dios?

Pero Jesús invierte la escala de valores. Convierte la cruz en el trono de su Reino. Fuera de la influencia de ricos y poderosos, anuncia el Reino para los pobres y los excluidos. Un reino de Verdad y Justicia, de Amor y de Paz.

Ahora los cristianos venimos obligados a subir a la cruz, para aliviar a tanto crucificado de nuestro mundo de hoy: víctimas de las guerras, hambrientos, parados, emigrantes, enfermos, refugiados, marginados....

Solo así, podremos empezar a hacer realidad en la Tierra, la plegaria que el mismo Jesús nos enseñó:

“¡Venga a nosotros tu Reino!”

Imagen: JAR (e.cartagena.es). Procesión del Santísimo y Real Cristo del Socorro, desfilando por el centro histórico de Cartagena, en la madrugada del Viernes de Dolores.

domingo, 10 de abril de 2011

La luz

Hablábamos en nuestro comentario anterior del agua, como manifestación de vida y por tanto como manifestación de Dios. Lo mismo ocurre con la luz.

Desde siempre el hombre veneró la luz. Así los egipcios la adoraban bajo la forma del dios Ra, los griegos al dios Helios, los incas al dios Inti, los romanos al dios Apolo, los nórdicos al dios Heimdall, etc... todos ellos identificados con la luz, con el sol.

El relato de la creación del Génesis, nos muestra a la luz, como el primer acto creativo de Dios (Gn. 1,3). Siendo Dios infinito en un mundo finito, la luz es su primera manifestación, presente desde el mismo momento del “Bing-Bang” hace 15.000 millones de años, según las teorías dominantes. La luz no forma parte de la esencia, sino que es manifestación de Dios.

Aunque el concepto de luz es abstracto, generalmente los diccionarios recurren a identificarlo como una radiación que hace visible las cosas. Así pues, es a través de la luz como Dios, nos permite ver y acercarnos a la verdad.

Pero los cristianos contamos con las propias palabras de Jesús: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8:12), que nos ratifica la carta del apóstol San Juan cuando afirma: “Dios es luz, y en él no hay tinieblas” (1 Jn. 1,5). Por eso en estos tiempos en que la sociedad se encuentra frecuentemente en la penumbra, cuando no a oscuras, bueno sería convertirnos a Cristo, a su doctrina de amor, para poder decir con el salmo 27: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?” (Sl 27,1)

domingo, 27 de marzo de 2011

El agua

El agua es fuente de vida. Así lo reconoce la ciencia universal. Ya Aristóteles la definía como uno de los cuatro elementos básicos de la creación, y los babilonios creían que el mundo estaba hecho de una mezcla de agua dulce y salada. No es de extrañar por tanto que toda religión la considere como un elemento de carácter sagrado. Desde los indios Pima, que habitan el norte de México, cuando consideraban que la Madre Tierra había sido fecundada por una gota de agua, hasta las abluciones del Islam.

También la Biblia nos acerca al carácter sagrado de este elemento. Dios hizo surgir un «firmamento en medio de las aguas» (Gn. 1,6). Moisés, golpeando su cayado hace brotar agua de una roca del Sinaí (Ex. 17,6). Llegado del desierto, Juan bautiza a sus seguidores en las aguas del río Jordán. (Mt, 3-6).

Pero la liturgia cuaresmal nos acerca el significativo pasaje evangélico de la Samaritana, con la lectura del texto de San Juan (Jn, 4, 5-42), donde Cristo le pide a la mujer «Dame de beber», pero le advierte: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.

Posteriormente, en el monte Calvario, una de sus últimas palabras fue: “Tengo sed” (Jn. 19,28). Porque Cristo tiene sed de esa agua viva. Un agua que nos conduce por los caminos de la justicia, de la paz, de la misericordia y del amor hacia la vida eterna. Este y no otro es el carácter sagrado del agua, y esta y no otras son sus fuentes.

Aunque los hombres continuemos buscando ese carácter sagrado entre las aguas del río Jordán, del Ganges, del Mekong, de los geiser de Tirta Empul, o de la cascada del Tsubaki, que son simplemente un símbolo, una manifestación física del agua viva de Dios.

viernes, 4 de marzo de 2011

Tu decides...Alegria....ó .....Tristeza

Texto cedido por Laura (Sh0nty), http://fotolog.miarroba.es/sh0nty/ quien lo recibió por correo electrónico.

HAY un pecado del cual casi nadie se confiesa nunca. Y es la tristeza, el pesimismo sistemático de quien nunca está contento, de la dejadez y falta de entusiasmo, de aquéllos que tienen por insignia: «Esto no es para mí».

Quien nunca está contento no es buen cristiano. Porque la alegría parte de la fe, nace de esperanza y constituye una exquisita forma de caridad.

Ciertamente, la vida no es siempre alegre, lo sabemos por experiencia; por desgracia siempre hay cosas que no van bien, pequeñas y grandes.

La alegría más grande y más profunda nace de saber y creer que Dios nos ama y que está a nuestro lado. El Señor se hace cercano para sostener nuestra esperanza. Y es de esa raíz, de la esperanza, de la que brota la fuerza de ánimo, la serenidad, la paz interior también en los momentos dolorosos y difíciles.

Una especie de receta de la alegría


RECETA DE LA ALEGRIA:

Para estar alegres hacen falta tres cosas:

* Alguien a quien querer
* Algo que hacer
* Y algo en que esperar

Sin amor no hay alegría.
Un corazón árido y cerrado en el odio, la envidia, el egoísmo, no puede ser alegre.
Rencor y alegría son incompatibles.
Mientras no sepamos perdonar y olvidar, no podremos estar alegres.
Tampoco habrá alegría sin querer hacer algo, con entrega y con amor.
Del no hacer nada y no ser útil a nadie, no nace alegría sino aburrimiento.

Trabajar, con amor, por llevar un poco de alegría a nuestro alrededor, mientras esperamos al Señor de la alegría.

domingo, 13 de febrero de 2011

Ante la Ley

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:"No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley" (Mateo, 5,17)

Del comentario de José Antonio Pagola:

Jesús, sin embargo, no vive centrado en la Ley. No se dedica a estudiarla ni a explicarla a sus discípulos. No se le ve nunca preocupado por observarla de manera escrupulosa. Ciertamente, no pone en marcha una campaña contra la Ley, pero ésta no ocupa ya un lugar central en su corazón.

Jesús busca la voluntad del Dios desde otra experiencia diferente. Le siente a Dios tratando de abrirse camino entre los hombres para construir con ellos un mundo más justo y fraterno. Esto lo cambia todo. La ley no es ya lo decisivo para saber qué espera Dios de nosotros. Lo primero es "buscar el reino de Dios y su justicia".

Los fariseos y letrados se preocupan de observar rigurosamente las leyes, pero descuidan el amor y la justicia. Jesús se esfuerza por introducir en sus seguidores otro talante y otro espíritu: «si vuestra justicia no es mejor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios». Hay que superar el legalismo que se contenta con el cumplimiento literal de leyes y normas.

(....)

Hemos de escuchar bien las palabras de Jesús: «No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a dar plenitud». No ha venido a echar por tierra el patrimonio legal y religioso del antiguo testamento. Ha venido a «dar plenitud», a ensanchar el horizonte del comportamiento humano, a liberar la vida de los peligros del legalismo.

Nuestro cristianismo será más humano y evangélico cuando aprendamos a vivir las leyes, normas, preceptos y tradiciones como los vivía Jesús: buscando ese mundo más justo y fraterno que quiere el Padre.

domingo, 9 de enero de 2011

Dios se manifiesta


Imagen: Nacimiento de mi pequeño belén.

Desde Nochebuena hasta la fecha de Reyes Magos hemos vivido una Navidad siempre infectada de consumismo (posible herencia de aquellas fiestas saturnales, que fueron su precedente laico), pero siempre ofreciendo una oportunidad al espíritu para renovarse ante la visión del Niño, el Hijo de Dios encarnado, expresión suprema del Amor de Dios.

Y es que toda la festividad de Navidad es si misma una Epifanía. Una manifestación de Dios, una luz que se enciende para orientar nuestros pasos y conducirnos más allá de las tinieblas humanas, tal como la describiera el profeta Isaías: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora” (Is, 60, 1-3).

Pero si esto ocurrió hace más de 2000 años, ¿qué luz le llega al hombre del siglo XXI?. Esta ha sido mi reflexión en estas fechas.

¿Conclusión? .........Estoy convencido que Dios no cesa en su manifestación. Bastaría con superar nuestra sordera y nuestra ceguera. Silenciemos el ruido que nos rodea, abramos la ventana a la luz. Porque Dios se manifiesta cada día para quien haga por escucharle. Y lo hace en el silencio, en la aurora, en el viento, en los rompientes de la mar. Se nos presenta bajo el rostro del necesitado, del parado, del enfermo, del emigrante, del niño prostituido, de la mujer agredida, del drogadicto, de todos los olvidados de nuestro mundo.

Pero esto es demasiado fuerte. Semejante pensamiento podría estropear nuestra comida de Navidad.