jueves, 21 de abril de 2011

Una muerte de cruz



“Es maldito por Dios, el que cuelga de un madero” ( Dt 21,23)

Esta sentencia del Deuteronomio indica el concepto que para los judíos tenía colgar un cuerpo en un leño. En realidad era un castigo suplementario que se aplicaba al cadáver de un ajusticiado por idólatra o blasfemo que había sido lapidado.

Y para los romanos la cruz era la pena capital reservada a los esclavos, de hecho era la última, la peor condena que se podía imponer a alguien. Algo especialmente cruel y abominable.

Siendo esto así, ¿Cómo es posible reconocer en Jesús crucificado a un Profeta, a un Mesías, al Hijo de Dios?

Pero Jesús invierte la escala de valores. Convierte la cruz en el trono de su Reino. Fuera de la influencia de ricos y poderosos, anuncia el Reino para los pobres y los excluidos. Un reino de Verdad y Justicia, de Amor y de Paz.

Ahora los cristianos venimos obligados a subir a la cruz, para aliviar a tanto crucificado de nuestro mundo de hoy: víctimas de las guerras, hambrientos, parados, emigrantes, enfermos, refugiados, marginados....

Solo así, podremos empezar a hacer realidad en la Tierra, la plegaria que el mismo Jesús nos enseñó:

“¡Venga a nosotros tu Reino!”

Imagen: JAR (e.cartagena.es). Procesión del Santísimo y Real Cristo del Socorro, desfilando por el centro histórico de Cartagena, en la madrugada del Viernes de Dolores.

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