domingo, 4 de julio de 2010

La Paz



Venimos reflexionando en este blog, sobre la doctrina de Cristo, que es, en definitiva, la doctrina del amor y aquellos caracteres que derivan de este concepto supremo del amor. Hoy hablamos de la paz.

Las paz es una bandera que se levanta hoy en toda sociedad, una palabra que llena las bocas de mucha gente, pero que está muy lejos de ser alcanzada y por la que, en realidad, muy pocos trabajan.

Como siempre nos planteamos la responsabilidad individual de cada persona en la sociedad actual en ese trabajo por la paz. Como siempre no nos vale aquello de “¿qué puedo hacer yo?....¡nada!”. Porque para trabajar por la paz hemos de empezar haciéndolo por los círculos más cercanos.

En primer lugar la paz con uno mismo. Para ello es necesario tener clara conciencia de nuestros deberes y responsabilidades y una capacidad de respuesta a los mismos. La paz interior hay que trabajarla cada día haciendo frente a los hechos cotidianos con determinación y con amor.

Solo entonces habremos de buscar la paz en los sucesivos círculos. La paz con la familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo, con los vecinos, y sucesivamente, la paz con los extraños, con los nacionales, con los extranjeros. La paz como objetivo universal.

Las tres lecturas litúrgicas de este domingo XIV del Tiempo Ordinario (ciclo c), tienen una palabra en común: paz. El profeta Elías en su capítulo 16 pone en boca del Señor: Yo haré derivar hacia ella (Jerusalem), como un río, la paz. San Pablo en el capítulo 6 de su carta a los gálatas, invoca: la paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma(glorificación el cruz de Cristo). El capítulo 10 del Evangelio de San Lucas nos acerca las palabras de Cristo: Cuando entréis en una casa decir primero: Paz en esta casa”.

Al terminar la Eucaristía, el oficiante se despide “Podéis ir en paz”. En paz para difundir la paz, para entregarla como regalo con cuantas personas nos crucemos, para trabajar por ella. En el Sermón de la Montaña, la afirmación de Cristo fue rotunda: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.