domingo, 28 de febrero de 2010

Profetas

Cuando hablamos de profetas, un buen número de personas entienden que hablamos de gentes que dicen conocer el futuro o quizá de aquellos viejos profetas del Antiguo Testamento. Nada más lejos de la realidad. Profeta es aquel que habla en nombre de Dios. Es fácil comprender que no cualquiera puede ser profeta. Para ser profeta se necesita la llamada de Dios: “Antes de formarte en el vientre, te escogí” (Jer. 1,4). No basta por tanto con vestir ropa talar o revestirse de dignidad eclesiástica.

Una característica del Profeta es la inquietud permanente por la renovación, para que no nos complazcamos en nuestras propias obras. Profeta no es solo aquel que pacifica, sino aquel que rompe el inmovilismo y la confortabilidad y denuncia la injusticia, la incoherencia, la pereza o el desamor.

Pero la pregunta inmediata es ¿Existen hoy los profetas?

Por supuesto que existen. Son esos centenares, miles, cientos de miles, millones de creyentes anónimos, que en el rincón más perdido del planeta socorren al ser humano, le procuran alimento, le proporcionan ayuda sanitaria, le dan educación, le acercan la justicia, le salvaguardan sus derechos básicos, le protegen de la violencia, le garantizan la paz, le procuran desarrollo para vencer la pobreza. Aquellos que de palabra o de obra hacen realidad sobre la Tierra el ser íntimo de Dios: el amor. Porque “Dios es amor” (1ª Jn. 4,8).

La cara contraria nos la ofrecen los falsos profetas. Muchos de ellos desde sus poltronas de gobierno o tras el báculo eclesial. Aquellos a los que aludía el profeta Jeremías: “Como una jaula llena de pájaros, así están sus casas llenas de engaño. Por eso se convierten en ricos y poderosos” (Jer. 5,27)

Publicado inicialmente en fotohoo el día 31/01/2010

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