Cuando visitamos unas ruinas antiguas que han sido puestas en valor para los visitantes, debemos de guardar un silencio que resulta imprescindible para escuchar los mucho que esas "piedras" nos pueden comunicar. Son testigo de siglos de vida, del paso de miles de personas que anduvieron por allí, realizando tareas diversas en función de la dedicación del lugar.
Visitamos en Pontevedra las ruinas la iglesia del convento de Santo Domingo, únicos vestigios del complejo conventual que los dominicos levantaron en los siglos XIV y XV, una época floreciente en la ciudad que disponía entonces del principal puerto de Galicia y uno de los más importantes del oeste de Europa, llegando a ser su burgo el más populoso de Galicia con una población de unos 5.000 habitantes y el más importante puerto pesquero donde la cofradía de los mareantes pontevedreses actuaba como guardián de un orden pesquero que los favorecía abiertamente en el conjunto de las rías bajas. La prosperidad económica de esta época se basó en la exportación de los productos del mar y de la tierra.
El convento fue abandonado por los dominicos en el siglo XIX, tras la desamortización de Mendizábal, destinándose a distintos usos como casa-asilo, cárcel de mujeres, hospicio, casa cuartel de la Guardia Civil, escuela de párvulos o caja de quintos. En 1880 se inició el derribo de las dependencias conventuales en tanto estas ruinas fueron finalmente rescatadas por la Sociedad Arqueológica de Pontevedra y hoy son una de las seis sedes del Museo de Pontevedra, donde además de los restos arquitectónicos y escultóricos conservados se expone una interesante muestra de escultura funeraria, con sepulcros nobiliarios y laudes gremiales, y la colección de heráldica.
De los restos arquitectónicos se conserva la cabecera de la iglesia con cinco ábsides góticos de finales del siglo XIV que constituyen el ejemplo de gótico más puro de Galicia. Fueron declaradas en 1895 monumento Nacional