“¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?” (Lc 6, 37-42)
Hablaba en los anteriores comentarios del hombre como ser libre y de la responsabilidad que dicha libertad conlleva. Hoy quiero referirme al hecho de que todos en mayor o menor medida, en algún momento hacemos mal uso de esa libertad y no sabemos asumir la responsabilidad de nuestros propios errores.
Y este es un hecho bastante común en nuestro mundo de hoy. Difícilmente tomamos conciencia de nuestras propias culpas. De cualquier cosa que pueda suceder siempre encontramos, circunstancias o comportamientos ajenos que limitan nuestra responsabilidad.
Craso error. Si realmente buscamos nuestra propia integridad moral, hemos de saber reflexionar y tomar conciencia de nuestros propios errores, en definitiva de nuestros pecados, asumiendo toda la culpa que encierran. Errores y pecados que cometemos cada día. Por el trabajo mal realizado, por las palabras mal pronunciadas, por lo que podía hacer y no hice, por lo que podía remediar y no remedié, por mi irresponsabilidad, por mi inconstacia, por mi falta de compromiso, por mi desamor.
Tomar conciencia de nuestro fallo, de nuestro pecado es el punto de partida para poder poner remedio. Pedir perdón es la base para obtenerlo. La liturgia de hoy domingo nos acerca a un Dios dispuesto al perdón. Un perdón que viene de la mano de una fe viva, transformada en amor: "Sus muchos pecados le son perdonados porque tiene mucho amor" (Lc. 7,47)
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