De la mayoría de los santos, podríamos escribir un libro de su vida, pero de San José, apenas conocemos nada, pues muy pocas veces se le menciona en los Evangelios. Es por ello que la iconografía de San José se ha nutrido históricamente de tradiciones y escrituras apócrifas que nos han hablado del esposo anciano custodio de María, del carpintero, del santo de la vara florida, etc.Sin embargo a través de esas escasas menciones evangélicas podemos obtener determinados rasgos inequívocos de San José.
Así vemos que era una persona cumplidora de sus obligaciones ciudadanas, que emprende un largo y penoso viaje con su esposa en avanzado estado de gestación, para cumplir con el decreto de Augusto.
Vemos que era un hombre preocupado por su familia, que no habiendo alojamiento en Belén, no ceja en buscar hasta conseguir un local techado al abrigo de la noche, que aunque no fuese un cinco estrellas sirviera para albergar el parto de María.
Asimismo, ante las condiciones y acontecimientos adversos no duda en emprender la emigración a Egipto, para la seguridad del niño, el mismo motivo que a su regreso le impulsa a instarse en Galilea.
Por otra parte podemos deducir su esfuerzo y esmero en la educación de Jesús, tanto en el orden humano como religioso pues, a pesar de su origen humilde, Jesús sorprendería a los escribas por su dominio de la Ley.
Y sobre todo hemos de reconocer en San José a un hombre de una profunda fe. Es la fe que le permite aceptar plenamente cuanto Dios le va comunicando a través de sueños, asumiendo los designios de Dios para sus funciones de esposo de María y padre de Jesús, el Hijo de Dios.
Cabe pues definir a José como un hombre que desde su humilde dignidad es RESPONSABLE, ABNEGADO, TRABAJADOR, SACRIFICADO, BUEN PADRE DE FAMILIA. Unos valores que nos lega a los hombres de todas las generaciones. Pero hay otras características de San José que quiero destacar.
De San José no nos ha llegado ni una sola palabra de su boca. Y no es que fuera mudo, sino que probablemente cumplió aquel viejo mandato: "Sean pocas tus palabras" (Eclesiastés, 5,1). En un mundo actual lleno de vocingleros y falsas promesas, José nos legó su trabajo honrado ausente de hueca palabrería.
Y ese silencio de José posee una especial elocuencia, pues merced a él entendemos plenamente la verdad contenida en el juicio que nos da el Evangelio: el de “hombre justo” (Mt 1, 19). Este es el mejor adjetivo que la Biblia puede aplicar a un hombre.
En resumen, cuando el mundo de hoy, ensalza la propaganda como moneda de éxito, el culto a la imagen, el buen perfil contenido en las redes de internet, cuando tantos compiten por aparecer en “Gran Hermano” o en los programas de tele-basura, José nos indica un camino totalmente distinto: el de la responsabilidad y el trabajo desde la invisibilidad, desde el anonimato.
Muchos son los documentos eclesiales que a lo largo de los siglos han hecho memoria de San José, pero entre ellos cabría destacar la encíclica “Quamquam Pluries” de León XIII: “Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria”
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