domingo, 15 de enero de 2012

La voz de Dios


“En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal” (Catecismo de la Iglesia Católica)

En todos los tiempos, el hombre creyente ha intentado escuchar la voz de Dios. Pero no es fácil sentirla y reconocerla. Y no lo es por el excesivo ruido que nos rodea. Si acudimos a las Sagradas Escrituras, vemos que Dios se manifiesta por distintos medios al hombre. Los antiguos eremitas se retiraban a los montes altos y silenciosos en su afán de escuchar esta voz. Nosotros venimos obligados a buscar el silencio, la quietud y la paz necesarias para poder escucharla, si realmente estamos en disposición de seguirla, si realmente queremos saber exactamente el plan de Dios, para con nosotros. Y en ese silencio, en algún momento la voz de Dios se hará realidad: “Y con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras: Ese es el camino, id por él” (Isaías, 30,21)

No despreciemos ayuda a la hora de discernir la palabra de Dios. El profeta Samuel necesitó de la guía del anciano sacerdote Elí, para reconocer esa voz como la de Dios: “si te llaman, dirás: Habla, Señor, que tu siervo te escucha” (I Samuel, 3,9). Esta misma mañana, en su alocución tras el rezo del “Ángelus”, el Papa Benedicto XVI se ha expresado en lengua española: “Os exhorto a estar siempre disponibles a la voz del Señor”. Y esa disposición solo puede tener una respuesta: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo 40, 8-9)

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