El concepto de vacaciones, es ajeno a la inmensa mayoría de habitantes del planeta, acuciados por necesidades de primer orden. Pero en el mundo desarrollado, hemos hecho de las vacaciones algo absolutamente necesario e irrenunciable. Nuestras vacaciones nos permiten “desconectar”, de un tipo de vida y de trabajo que termina por resultarnos agobiante, al punto de que no son pocos los que sufren posteriormente de “síndrome post-vacacional”, al tener que reintegrarse a las tareas ordinarias.
Estamos terminando el verano, que es una estación clásica de vacaciones. Lo mejor de ellas es que nos ofrece la ocasión para romper con la rutina, para refugiarnos en un mundo más natural, más humano, más cercano, donde es posible charlar con los vecinos, practicar deportes al aire libre, viajar, disfrutar de una lectura sosegada, o de la simple observación del cielo estrellado. Es decir entramos en contacto con gentes y realidades distintas a las del resto de año, lo cual constituye, sin duda un enriquecimiento personal y espiritual.
Esto es así porque nos acercamos más a la realidad del hombre de hoy, del mundo de hoy que se encuentra inmerso en un cambio socio cultural sin precedentes. Y es precisamente en la medida en nos acercamos al hombre, que también nos acercamos a la auténtica realidad de Dios, descubriendo las falacias que puedan existir en nuestras propias formulaciones sociales y religiosas, al tiempo de descubrir, igualmente las falacias que las propuestas del mundo de hoy pueden encerrar.
Creo que fue León Tolstoi, quien dijo algo así : “Si dejas de creer en el dios de madera, no es porque no haya dios, sino porque el verdadero Dios, no es de madera”. Se trata por tanto de que nos olvidemos de nuestros dioses de madera y nos encontremos con el verdadero Dios. Un Dios, que mucho más allá de liturgias o de cánones doctrinales, encontraremos entre los pensamientos y sentimientos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Solo entonces podremos ser testigos de un Dios absolutamente válido para el hombre del siglo XXI.
Pero para ello hemos de revestirnos del traje de la humildad, pues no nos viene mal recordar las palabras del Libro de la Sabiduría: “¿Qué hombre podrá conocer la voluntad de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? (....) Y ¿quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu santo espíritu?. Sólo así se enderezaron los caminos de los moradores de la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y gracias a la Sabiduría se salvaron.” (Sab. 9, 13-18)
domingo, 5 de septiembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
hola fernan q sorpresa esta muy bien tu blog en el mio de aqui claro esta seguire subiendo recetas muchos besos
ResponderEliminar