domingo, 14 de marzo de 2010

reconciliatio

Cuaresma: Tiempo de Reconciliación

No admite controversia el grito de San Pablo : “En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios” (II Corintios, 5,20)

Pero...¿acaso puedo necesitar reconciliarme con un Dios contra el que no me he manifestado?. La respuesta nos la da el apóstol San Juan cuando nos avisa: "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8).

¿Entonces qué significa reconciliarse con Dios?. Para mi está claro: Reconocer en qué puntos nuestra conducta de cada día se desvía de la moral divina, de la llamada Ley Natural. La Ley Natural es una ley no escrita, de la que ya nos hablaba Aristóteles y que dicta a una a conciencia suficientemente formada, lo que éticamente es bueno o perverso. El Cristianismo tiende a asimilar la Ley Natural con la llamada Ley de Dios. Por tanto toda desviación de la Ley de Dios, es lo que podríamos considerar pecado.

¿Cuándo nos apartamos de la Ley de Dios? Evidentemente cuando nos olvidamos de una serie de principios básicos.

Así cuando atentamos contra la libertad: Dios crea al hombre libre y esa libertad no debe ser violentada. “¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?” (Isaías, 58,6)

Cuando atentamos contra la justicia y los derechos humanos: “En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano” (I Juan, 3,10)

Cuando nos olvidamos de la misericordia para con el prójimo, siendo esta una de la más reconocidas características de Dios: “pues como es su grandeza, tal su misericordia”. (Eclesiástico, 2,18).

Cuando nos asociamos con la avaricia tantas veces condenada por Cristo que nos invita a una fraternal comunicación de bienes, o la soberbia : “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11,29).

Cuando justificamos la violencia, “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5,9)

Cuando volvemos el rostro a la esperanza a la que nos llama la resurrección de Cristo, y sembramos tristeza en vez de alegría: “ el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados” (Efesios, 1,17-18)

Cuando atentamos contra la vida, integridad o dignidad del ser humano: “No matarás” (Éxodo, 20,13))

Cuando, en definitiva atentamos contra el amor, núcleo central de la fe cristiana: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Juan, 13,34).

Y porque no somos fieles a estos principios necesitamos de la reconciliación

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